Época: Pontificado y cultur
Inicio: Año 1439
Fin: Año 1449

Antecedente:
El Conciliarismo



Comentario

El 17 de junio de 1439 se daba lectura, en el Concilio de Basilea, a un larguísimo documento en el que se exponían los fundamentos de la autoridad conciliar y se hacía relación de los delitos cometidos por Eugenio IV. El día 25, finalmente, se leyó la sentencia de deposición contra el Papa. Unos días después el Concilio fijaba como objetivo inmediato la elección de un nuevo Papa.
Por su parte, Eugenio IV parecía vivir el momento culminante de su pontificado. El 6 de julio podía darse lectura en Florencia, a donde había sido trasladado el Concilio de Ferrara, al decreto de unión de las Iglesias. En las próximas semanas fueron recogiéndose las adhesiones de las distintas naciones, cuyos representantes habían abandonado Basilea.

El 4 de septiembre de este año publicaba Eugenio IV la constitución "Moisés" que condenaba la doctrina conciliar aprobada en Basilea, anulaba las actuaciones de ese concilio y condenaba a cuantos permaneciesen en sus sesiones.

A decir verdad, la asamblea de Basilea era una caricatura de sí misma, como el cónclave que se organizó lo fue del de Constanza. Permanecía en Basilea un único cardenal, Luis Alamán, a pesar de lo cual, el 5 de noviembre de este año se procedía a la elección del duque de Saboya, Amadeo VIII, que vivía semi-retirado aunque gobernando sus Estados.

Contaba a su favor con sus buenas relaciones internacionales y los vínculos familiares que le unían con los duques de Borgoña y de Milán; sin embargo, era un laico, aunque recibió apresuradamente las órdenes sagradas, y, sobre todo, su elección se había realizado en contra de todas las naciones de la Cristiandad.

El nuevo Pontífice tomó el nombre de Félix V; si sus electores pensaron, lo que resulta muy probable, que sus Estados y sus recursos salvarían al Concilio se equivocaron rotundamente: una de las primeras preocupaciones del electo, coronado en Basilea en julio de 1440, fue reclamar para si la quinta parte de la renta de todos los beneficios recientemente provistos, lo que venía a ser tanto como las "annatas" contra las que tan encarnizadamente habían combatido los conciliares.

Fuera de sus Estados, Félix V no obtuvo más que parciales reconocimientos; por razones muy diversas, las naciones se habían apartado del Concilio en el último momento, todas, desde luego, por temor al inminente nuevo Cisma. Así, aunque muchos siguen defendiendo la superioridad conciliar, se aproximan a Eugenio IV.

La actitud más confusa la adoptaron Felipe Maria Visconti, duque de Milán, que, a pesar de mantener negociaciones dobles, no llegó a reconocer a Félix V, aunque era su suegro, y el rey de Aragón, Alfonso V, que trató de lograr ventajas de esta situación para su empresa napolitana.

La imposibilidad por parte de Alfonso V de obtener de Eugenio IV la investidura del Reino de Nápoles, y la existencia de otro Papa le indujeron a una cierta indiferencia política que recordaba tiempos pasados, y a tratar de obtener de éste lo que no lograba de aquél. Por eso llegó a ofrecer a los reunidos en Basilea la conquista del Patrimonio y la captura de Eugenio IV. Era una posibilidad tentadora, y Félix V se mostró muy bien dispuesto hacia el aragonés, algunos de cuyos representantes, Tudeschi y Ornos, fueron elevados por él al cardenalato, pero si se ponía demasiado claramente a su lado, haría fracasar los proyectos angevinos en Italia, lo que le enajenaría irremisiblemente el apoyo francés.

Mientras tanto, prosigue la guerra en Nápoles; una guerra de inciertas acciones, pero cuyo balance va siendo inexorablemente favorable a Alfonso V. Sus avances, toma de Aversa en 1440, y de Benevento en 1441, van aislando paulatinamente a la capital. Finalmente, el 2 de junio de 1442 Alfonso V se apoderaba de Nápoles, sometida tras un cerco de más de seis meses.

No por ello se quebró el apoyo de Eugenio IV a Renato de Anjou y, cuando éste, en agosto de este año, llegó fugitivo a Florencia, fue recibido por el Papa que le entregó la bula de investidura del Reino de Nápoles. Era un gesto que debía ser interpretado únicamente como un premio de consolación.

Alfonso V proseguía operaciones militares de limpieza en Capua y en los Abruzzos que, a comienzos de 1443, le hacían dueño de prácticamente todo el Reino. Además, a pesar de sus espectaculares ofertas a los reunidos en Basilea, es preciso admitir que negociaba también con Eugenio IV; de otra forma no puede entenderse el radical giro que da la situación, que vendrá a precipitar los acontecimientos.

En junio de 1443, Eugenio IV, olvidando la formularia investidura de Renato de Anjou, otorgaba este Reino a Alfonso V; éste, por su parte, reconocía a Eugenio IV como único Pontífice. La asamblea de Basilea, donde apenas permanecían diez prelados, estaba sentenciada. Félix V había abandonado la ciudad conciliar, instalándose en Lausana, en noviembre de 1442; sin embargo, todavía serían necesarios varios años para contemplar la solución.

En ese tiempo se irán produciendo continuas deserciones, impulsadas por la anarquía que se vivía en la reunión de Basilea. El refuerzo de la autoridad del Pontificado parecía la única forma de remontar las crisis. Desde finales de 1446, Federico III, rey de romanos, que hasta entonces había mantenido una postura de cierta distancia hacia Eugenio IV, buscaba una aproximación por la vía más ventajosa. El propio duque de Saboya aconsejaba a su padre la abdicación.

Eugenio IV no llegó a ver el desenlace, aunque pudo tener la certeza del mismo. Murió el 23 de febrero de 1447; el ejemplo de su vida, no siempre adecuadamente comprendida, conmovió a varios conciliaristas, alguno tan ilustre como Eneas Silvio, el futuro Pío II.

Para sucederle fue elegido un joven cardenal, que tomó el nombre de Nicolás V; era una mezcla de ductilidad en la negociación y firmeza en la defensa de la autoridad pontificia. Sin duda, la renovación en el Papado facilitó el acuerdo; a instancias de Francia, Federico III ordenó a sus tropas dispersar a los reunidos en Basilea, que se trasladaron a Lausana, junto a su Papa.

Los intereses familiares de la casa de Saboya tuvieron también su influencia para resolver la situación. Muerto Felipe Maria Visconti, Luis de Saboya fue uno de los aspirantes al ducado de Milán, donde se había proclamado la República Ambrosiana; pero no podría obtener apoyos mientras subsistiese el Cisma. Sin dude es ésta la cuestión que, en una situación ya madura, precipita el fin; la prudencia de Nicolás V, que hizo alarde de flexibilidad y realizó importantes concesiones, allanó las últimas dificultades.

Félix V abdicó el 7 de abril de 1449, insistiendo en la legitimidad del Concilio de Lausana; se le reconoció como cardenal y se le otorgó una legación vitalicia en el territorio de su antigua obediencia. Tres de los cardenales nombrados por él fueron también reconocidos. La asamblea de Lausana se reunió el día 19 para reconocer a Nicolás V y el 25 de abril celebró la sesión de clausura.